HISTORIAS

La inflación que sacudió a los argentinos en 1826

Inflación es una palabra que los argentinos conocemos desde que nacemos, ya que varias generaciones han pasado los vaivenes de un proceso de la economía que parece no tener solución en estos momentos con el índice del mes de marzo, que superó el 6,7% y se transformó en el más alto de los últimos 20 años.

Pero el tema de la inflación es realmente histórico y nace en los primeros años de la Independencia, cuando nuestro actual territorio era conocido como Provincias Unidas del Río de la Plata.

En 1826 se registró la primera inflación, originada en la guerra entre nuestra nación y Brasil, país que había bloqueado con su flota el puerto de Buenos Aires.

Esa inflación fue causada por una guerra, lo que la justifica, pero no así otras originadas durante distintos gobiernos a mediados y finales del siglo XX, por la aplicación de desacertados planes económicos que nos llevaron hasta a una hiperinflación, que en estos últimos años, en pleno siglo XXI seguimos padeciendo.

 

Éramos tan pobres…

Desde que surgió el deseo de ser libres del reino de España a partir de 1813 durante la primera Asamblea General Constituyente o llamada del Año XIII, nos topamos con serios problemas en las maltrechas arcas del incipiente Estado.

Empréstitos, impuestos y otros recursos fiscales fueron aplicados para que el erario público pudiera mantenerse durante los primeros años de la Independencia.

Gran parte de lo recaudado por el Estado era invertido en sostener la guerra contra los realistas, lo que implicó un gran esfuerzo para tener las finanzas relativamente equilibradas, pero el gobierno se endeudaba cada vez más para poder mantener el aparato militar que luchaba en los frentes del Alto Perú y luego en Chile en 1817.

Los encargados de Hacienda del Directorio realizaban verdaderas piruetas con las finanzas y la economía de aquel momento, aunque también algún que otro ministro de esa área se enriqueció malversando los fondos públicos y dejando muy pocos pesos en la caja.

Como podemos ver, el enriquecimiento de funcionarios no es una noticia reciente.

A eso se le sumó la anarquía producida en 1820, lo que profundizó aún más no solo lo económico sino también lo político, con levantamientos militares y gobiernos que duraban algunos días, además de enfrentamientos armados entre federales y unitarios. Eran momentos bastante críticos en todos los ámbitos, a los que se sumaron más adelante otros acontecimientos que desembocaron en 1825 y 1826 en la guerra con el Brasil.

 

Desequilibrio político y guerra

En aquel entonces gobernaba el general Juan Gregorio de Las Heras, quien había sido elegido en 1824 a cargo de un gobierno provisorio y tuvo que afrontar una crisis política y militar.

En 1826 llamó a la formación de un Congreso, en donde se eligió a Bernardino Rivadavia como primer presidente, quien asumió el cargo el 7 de febrero de ese año y permaneció en él hasta el 27 de junio de 1827.

Mientras tanto, a nivel internacional, cuando se produjo la incorporación de la banda oriental a las Provincias Unidas se originó la guerra con Brasil, que la declaró el 10 de diciembre de 1825 y bloqueó el puerto de Buenos Aires días después.

Este conflicto bélico fue la ruina para el erario porteño, que tuvo una caída abrupta de los ingresos de Aduana y una suba enorme de los gastos ocasionados por la conflagración.

 

El infierno tan temido

La situación llevó a una crisis política, económica y financiera que produjo graves problemas que se vieron reflejados en el cambio de los valores de la onza de oro y la emisión de papel moneda para cubrir el déficit.

Por un lado, los precios de los bienes importados crecieron un 290% y los de exportación un 52%, en tanto la onza de oro subió un 196%. Por supuesto que los sueldos de los empleados públicos de Buenos Aires y los privados quedaron totalmente relegados.

Una de las variables fue el incremento de la deuda pública y de la acelerada emisión de papel moneda en la provincia de Buenos Aires.

También se incrementó la deuda interna, por lo cual para paliar esta situación el gobierno emitió bonos de deuda, los cuales se convirtieron en una práctica diaria en “billetes de cambio» utilizados para las transacciones comerciales, en especial para el pago de impuestos.

En cuanto al papel moneda, se puso en práctica una emisión descontrolada de billetes respaldados inicialmente mediante su convertibilidad a metálico.

Los billetes perdieron mucho valor frente a la onza de oro, lo que generó un caos financiero y, por supuesto, un elevado índice inflacionario que repercutió inevitablemente en los bolsillos de todos los habitantes.

En esa etapa, hubo un largo período de reacomodamiento de los precios relativos, marcando un desacople entre el índice de precios de los bienes importados y la onza de oro, al tiempo que sucedía otro desajuste entre los salarios y los bienes exportados.

Mientras tanto, la exportación de los cueros vacunos cayó desde más de 500 mil unidades en promedio anual hasta registrar solo 112.000 y 62.000 unidades en los años 1826 y 1827.

En septiembre de 1827, los precios de los productos importados llegaron a superar un incremento del 900%, en tanto que los salarios apenas alcanzaron a trepar el 200%.

Los desmedidos aumentos de precios afectaron los productos básicos de la canasta familiar, como la carne, el pan, la yerba mate y el azúcar: esta última llegó a subir 30 veces su valor. La indumentaria también sufrió un considerable incremento, y los zapatos y las botas llegaron a costar 6 pesos y 30 pesos respectivamente. Para remediar la situación el gobierno tomó como medida controlar y congelar los precios, pero todo fue en vano, porque seguían subiendo. Otra de las medidas fue el control del pesaje en la carne y la harina para evitar la especulación, pero esto tampoco resultó. Aunque la guerra contra el Brasil finalizó en 1827, las Provincias Unidas profundizaron aún más su crisis política y económica.

Luego de la renuncia de Rivadavia pasaron otros gobiernos que tampoco pudieron aplacar la inflación, ya que la balanza comercial y el déficit fiscal llevaron a un mayor endeudamiento y a la emisión de papel moneda sin respaldo para enfrentar el gasto con ingresos no genuinos.

El déficit de la Tesorería pasó de 4 millones antes de 1826 a unos 13 millones a partir de 1828.

Así, a casi 196 años de estos hechos, podemos decir que cualquier parecido con la realidad actual es simplemente pura coincidencia.

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